Otra crítica sobre Ming of Harlem: Twenty One Storeys in the Air de Phillip Warnell por parte de Rodolfo Weisskirch, en competencia de vanguardia y género.
Documental co producción británico-estadounidense-belga cuyo epicentro es Antoine Yates, un hombre que recibió la mordida de un tigre en su propio departamento. Cuando la policía llegó, descubrió que el accidentado era dueño, no solo del tigre, sino también de un cocodrilo.
La primera parte del film resulta un trabajo interesante acerca de la relación del hombre y su mascota. Ya liberado de prisión, el protagonista manifiesta los motivos y sus sentimientos ante el felino llamado Ming. La cámara de Warnell toma una estética poética, se fija más en la arquitectura del barrio que en el material de archivo o el registro de entrevistas busto parlantes. Hasta acá la elección estética es original. No le interesa al realizador a profundizar en la historia de esa relación, como llegó un tigre a vivir en un departamento. Le interesa el qué y el cómo. No se acomoda a la curiosidad del espectador, sino a la propia.
El problema reside que a la media hora, el material se agota, y el director con los suyos recrearon en un set un departamento similar al del protagonista. Pusieron a un tigre y un cocodrilo deambulando por los pasillos y habitaciones, y la cámara a pocos centímetros (separado obviamente por un vidrio) logra captar la belleza y misterio que rodea a los animales. Claro, esta puesta en escena aguanta como máximo 10 minutos de la atención del espectador. A los 20 minutos, queda en manifiesto que se intentó rellenar al film para que pueda participar como largometraje en festivales. La extensión de esta escena, sumada a una innecesaria voz en off que recita un poema sobre el tigre y el cocodrilo son completamente injustificados y dilatan el film.